Un padre, una madre no puede ser amigo o amiga de sus hijos. Si somos amigos de nuestros hijos ¿Quién les nutre? ¿Quién les educa? ¿Quién les da soporte emocional? ¿Quién les pone límites? En definitiva, ¿Quién se ocupa de ellas o ellos?
A veces se malinterpretan los roles en las relaciones familiares, al punto que hay padres o madres que consideran a sus hijos como sus mejores amigos. Entonces puede suceder que se crea una burbuja de paz y amor, de igualdad y fraternidad donde no hay jerarquías.
Un hijo o una hija necesita de un referente claro al que reconocer como una autoridad, un sostén, un soporte que le guíe, que le nutra y que le de amor, le ponga límites, normas y que se interese por su salud física, emocional e intelectual. Ese es el rol de un padre, de una madre. Desde una posición de adultos, asumiendo la figura materna o paterna, se puede generar complicidades más fluidas y conexiones mucho más intensas que refuercen los vínculos familiares.
Los y las adolescentes necesitan a alguien en quien confiar, modelos de valores a seguir, un apoyo sólido donde sentirse acogidos, protegidos y seguros, sostenidos y reconocidos como parte de la familia. En la adolescencia todo es descubrimiento, experimentación, cambios, pruebas. Cuando la familia tiene unas relaciones sólidas donde cada uno ocupa su sitio, los adolescentes se sienten más queridos y valorados.
Los adolescentes deben cultivar sus amistades con sus iguales y congéneres, deben encontrar sus propios límites, explorar sus capacidades personales y forjarse en el entorno social que les rodea, es el mejor aprendizaje que pueden tener en su transición a la vida adulta. La familia es el punto de anclaje.
Cuando se quiere ser tan políticamente correcto o nos resistimos a asumir nuestro papel como padres o madres, uno se pierde de experiencias más profundas con los hijos. No hay momento más bonito entre un adolescente y sus padres que cuando se comparte, cuando buscan nuestro cariño, cuando necesitan hablar, cuando hay algún problema y buscan nuestra ayuda, cuando todos se ríen y se divierten en familia y miles de situaciones sanas, divertidas y en algunas ocasiones tensas y deficitarias pero que forman parte de la dinámica familiar.
Recordemos que la lealtad, el amor, la complicidad y la unión familiar se construye asumiendo nuestros roles, sabiendo donde estamos y dónde están ellos y ellas, las relaciones pueden ser mucho más intensas que una simple amistad. No somos amigos de nuestros hijos. Somos sus padres, sus madres, nosotros damos, ellos reciben. Nosotros somos los grandes, ellos los pequeños.
Si les tratamos como amigos ¿quién les dará? ¿Quién les ofrecerá un punto de referencia? ¿Quién les dará estructura y solidez? ¿Quién cuidará de ellos y ellas?